Las dos Zamoras

Hay una Zamora resignada a su suerte, a permanecer tal cual: envejecida, con una actividad económica bajo mínimos, atemorizada, silente. Es una Zamora cementerio, que espera su muerte sin pelear, sin luchar, sin enfrentarse el poder caciquil, que ahora es político y pequeño burgués. Esta Zamora se sentó en el patio de butacas de la historia para ver la representación de su propia decadencia social, cultural y económica. No percibe que ella es la protagonista de esta obra de teatro en el tiempo, edificada sobre una realidad.

Zamora timorata, la Zamora de siempre y de nunca, la que no se transformó con la llegada de la democracia, la que vive en un franquismo sociológico, la que viste de lagarterana, la que solo festeja fiestas religiosas, la que no sabe qué hacer, qué decir, hacia dónde tirar; la que no diferencia entre el bien y el mal, entre el enemigo y el amigo político -¿existe?-, la que lee por inercia y se conforma con las esquelas de cada día, con el titular amarillo, con el digital ultra y el álbum de fotografías. Una Zamora que huele a incienso y estanque, a río seco y a flor ajada.

En esta Zamora también hay gente que sigue en el frente para transformarla. No hay muchas personas, ni asociaciones, ni grupos en el combate por el futuro, en esa pugna por derribar la muralla mental que cerca la ciudad del Romancero. Incluso, dentro de estos grupos con vida, se forjan batallas intestinas por el protagonismo, por la flaca vanidad, por la tontería de la fotografía.

Me explico: Zamora10 viaja en el tiempo, hacia el progreso, con un “alien” en su vientre, en sus entrañas. En Zamora, la envidia conduce al inmovilismo. Viriatos, liderado por Ana Morillo, busca el futuro desenredando las artimañas de los reaccionarios.

En Zamora, el odio quiebra el futuro.

En Zamora solo se permite pensar al cacique, loado por un coro de cobistas del periodismo.

En Zamora, se exige al ciudadano que sea vulgar, que guarde silencio, que no proteste, que muera en la cama, que no se levante, que sonría cuando el jefe cuenta un chiste malo.

En Zamora hay un miedo eterno a la libertad, a expresar sentimientos y proyectar ideas.

En Zamora, caciques políticos y empresariales siguen empeñados en abortar la mayor inversión privada en la historia de nuestra provincia: la Biorrefinería de Barcial del Barco.

Nada cambia. Los que mandan evitan el progreso e invitan a seguir en el retraso, en el caciquismo. Todo permanece. Aquí solo puede pensar y mandar los mismos. El resto, gente estabulada.

Lampedusa en la Zamora de la tercera década del siglo XXI. Me queda muy poco para buscar un nube que llueve en paz, lejos del Duero, en otras ríos de esperanza, de progreso, de libertad.

(Fuente: El Día de Zamora)

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